sábado, 6 de marzo de 2010

4ta vez en La Paz y el carnaval de Oruro

Llegué de noche a La Paz y me dirigí hacia el hostel donde había estado las veces anteriores: El Carretero. Para mi sorpresa esta vez había lugar. Me acomodé en el cuarto y, como es costumbre, nos pusimos a hablar con los chicos con los cuales compartía la habitación. Como de costumbre, esa noche llovio en la ciudad. Al día siguiente me cambiaron de habitación y conocí a un par de chilenos que estaban por terminar la carrera de Psicología, y estaban viajando hacia el norte, su próxima parada era Sorata, y como no había ido casi me prendo en el viaje. A la tarde, mientras estaba leyendo y tomando mate en el patio, llegaron al hostel unos alemanes que viajaban en bicicleta. Nos pusimos a hablar y a intercambiar información y mientras estábamos platicando me encontré con uno de los chicos del grupo con el que habíamos pasado navidad en ese mismo hostel. Nos saludamos con gran entusiasmo y quedamos en salir esa noche al bolichón al que siempre fuimos en esa ciudad.
De La Paz tomé un bus hasta Oruro. Luego de insistirle un poco al chofer para que suba la bicicleta pude tomar el bus y hacia la tarde-noche estaba llegando a Oruro en plena víspera de carnaval. Por esa noche los precios de los alojamientos todavía se mantenían. A partir de la noche siguiente, y por todo el fin de semana y el comienzo de semana iban a sufrir subas desde un 100 hasta un 1000% y creo que en algunos casos más incluso. Esa tarde fuí a la panadería de María para darle la sorpresa de mi paso por la ciudad. Ella me recibió con alegría y me invitó a quedarme en la casa, como la otra vez cuando nos habíamos quedado con Luis, durante los días de carnaval. El carnaval terminaba un día martes, pero mi pasaje de tren era para el día domingo por la tarde, por lo cual me iba a perder los últimos días del gran evento.
Esa noche recorrimos la avenida por la cual iban a pasar los danzarines al día siguiente. Por esa noche las ubicaciones estaban invertidas: los músicos estaban en las gradas y el público estaba paseando, bailando y tomando en la avenida. Había varias comidas y bebidas que se ofrecían al paso. La gente iba de banda en banda cantando y bailando. A pesar de que no soy blanco ni rubio como muchos europeos que visitan por esos días la ciudad, la gente se daba cuenta que no era del lugar y se paraba a charlar e invitarme con algún trago. Había una atmósfera festiva que envolvía a todas las personas.
Al día siguiente fuimos a ver a los distintos grupos que desfilaban. Visitamos a unos amigos vegetarianos que estaban atendiendo un puesto de venta de choripanes y nos quedamos charlando un poco. Nos contaban que ellos desfilaban aquella noche, así que quedamos en esperarlos en las gradas y en acompañarlos danzando cuando pasen por donde estuviéramos. La gente, la música, los disfraces, el entusiasmo de los bailarines, la cantidad de gente, los niños mojándose con espuma y agua (a pesar del frío) creaban un espectáculo tal en la calle que el carnaval se sentía a cada paso. El grupo de los chicos era una tarqueada. Al canto de "entraremos a la plaza muy contentos, echando mistura" recorrimos varias cuadras viendo la expresión de alegría en orureños que esperan esas festividades con gran entusiasmo y cariño.
Al día siguiente, nuevamente quedamos en encontrarnos en las gradas con los chicos para ir cantando y bailando por todo el recorrido. Esa vez conseguimos unos lugares en la parte central del desfile. Con la noche los fuegos artificiales roban la atención de todos y se hacen sentir. La distancia entre el público y los artificios es muy escasa, y suceden algunos accidentes. Máscaras echando fuego, una cortina de fuegos de artificio por debajo de la cual pasan los bailarines con sus impresionantes disfraces y las eufóricas coreografías de los caporales dejan impresionado a más de uno, incluyéndome a mi. El desfile de bandas está programado para que la noche del sábado termine hacia el alba. Debido a un par de custiones de organización, las últimas bandas llegan al punto final y más alto del desfile, al socavón, bien entrada la mañana. Luego de las bendiciones del papa de la iglesia, los integrantes de los grupos están libres para disfrutar de lo que queda de carnaval. Las señales de cansancio se ven en todas las personas, pero el entusiasmo es el mismo que el del primer día de carnaval.
Luego de desayunar api (bebida caliente hecha con maiz morado, muy nutritiva) nos fuimos a descansar. El grupo para ese momento ya se había dispersado, y nos encontramos de vuelta en la panadería de María.
Al día siguiente, como era domingo, iba poder disfrutar del carnaval sólo la mitad del día, ya que el tren partía en la tarde. Nuevamente danzamos y cantamos con los grupos que iban pasando hasta que llegó el grupo de los chicos, y nos sumamos cantando y bailando. Como en ese horario había mucha gente espectando, los policías no nos dejaron pasar esa vez a la plaza junto con la banda y los bailarines. Gambeteé a un par de policías y pude pasar para saludar a los chicos. Uno de ellos: Pablo, que toca el bombo, me regaló un mazo de bombo para que recuerde aquellos días de carnaval, un maestro.
Con la ayuda de Laura, una argentina que también estaba parando en lo de María, fui a buscar las cosas a la casa. Debido a las calles cerradas por el recorrido del carnaval, tuve que dar la vuelta a todo Oruro para poder llegar a la estación de trenes. Como ya me era costumbre, tuve que ir a convencer a los empleados, en este caso ferroviarios, de que había lugar en el tren para la bicicleta y despaché los bolsos.
El día que fuí a sacar el boleto de tren había sólo pasajes en la clase "popular". "No debe ser tan grave viajar ahí" pensé, y compré el boleto. Aquella noche sufrí por no poder encontrar una posición mínimamente cómoda para descansar aunque sea 10 minutos seguidos sin que un nuevo dolor muscular me despertara. Intenté las 1001 posiciones para dormir en el exiguo lugar que logré obtener luego de sacar de su asiento a un par de pasajeros con la ayuda de un amigo que me encontré en Oruro. Resignado, resté un par de horas de descanso a aquella noche y las sumé a la cuenta de la noche siguiente.
Los paisajes que se sucedían por la ventana del tren eran asombrosos. Por eso mismo muchas veces dejé la lectura de algún libro para más adelante durante el viaje. Este amigo que me encontré en Oruro lo conocí en Humahuaca, cuando yo estaba viajando hacia el norte. Había ido a pasar los carnavales a Oruro, y por un descuido le robaron las mochilas, así que luego de conseguir algo de dinero, estaba viajando de vuelta a Humahuaca a rearmarse para poder seguir viajando. El tren llegaba hasta Villazón, la ciudad boliviana que limita con la ciudad argentina de La Quiaca. Charlamos un rato, comimos algo y quedamos en encontrarnos al día siguiente en Humahuaca para disfrutar del carnaval del norte argentino.

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