viernes, 12 de marzo de 2010

Paso por el norte argentino de regreso

Cuando me dispuse a cruzar la frontera Bolivia-Argentina, del lado argentino había para mi sorpresa un estricto control de equipaje. Había una gran fila para hacer la revisión de equipaje y ese día no quería pasarlo en La Quiaca. La distancia entre La Quiaca y Humahuaca la prefería hacer en 2 días antes que en uno muy exigido. Por ello mismo me acerqué a los policías que efectuaban el control de equipaje, y excusando que no iba a tener más tiempo ese día para pedalear si esperaba a que pasara toda la fila, pude lograr que me revisaran en ese momento. El control no era muy estricto al final. Yo no esperaba sacar todas las cosas de las alforjas, así que el policía se tuvo que conformar con las pocas cosas que saqué de las alforjas... que eran las que estaban arrriba, más a mano.
Entre La Quiaca y Abra Pampa hay unos 70-80 km. Eran las 16:00 hs. cuando estaba listo para comenzar a pedalear. No estaba seguro de llegar a Abra Pampa antes de que caiga el sol, pero como había otras localidades antes, confié en poder llegar a alguna de ellas aquél día para no tener que pedalear tanto al día siguiente.



Ese día esa ruta me volvió a sorprender y en poco tiempo hice más kilómetros de los que esperaba.



Viendo cómo venía, me pareció que ese día iba a poder llegar a Abra Pampa, así que traté de agarrar un buen ritmo y de no parar tanto. Cuando me faltaban unos 20 km más o menos, empezó un viento en contra que fue aumentando en intensidad a medida que la noche llegaba. Al final llegué de noche a Abra Pampa. Fuí al mismo alojamiento al que había ido cuando viajaba hacia el norte. Esa misma noche casi voy a ver a "Damas Gratis" al club municipal del pueblo, pero como tocaban medio tarde y estaba bastante cansado, me fui a dormir temprano.

Al día siguiente quería pasar por el cerro "Huancar" que queda cerca de Abra Pampa. Allí hay un gran médano y el nombre mismo del cerro significa "pacto con el diablo" o algo así. El lugar es muy bonito y está pensado para pasar el día, ya que hay parrillas y mesas en las cercanías del cerro, además de una laguna que completa un paisaje hermoso. No bien llegué al pie del cerro, donde comenzaba el médano, un hombre que había llegado antes en una camioneta me dice: "vos estas loco". No supe bien cómo tomar el comentario (si tomarlo bien o mal) así que le respondí cualquier cosa y no le dí mucha importancia. Él y un par de personas más se habían llegado hasta el lugar para hacer sandboard.



Luego de estar un rato allí seguí el viaje hacia Humahuaca. Estaba bueno el recorrido, ya que la ruta era en bajada, y si bien pedaleé en algunos tramos, disfruté mucho de la fuerza de gravedad también.

Ese día no llovió y pasé por lugares hermosos que me seguían sorprendiendo más allá de que los había visto a la ida.

Pasé por el lugar donde cayó el rayo y recordé aquella vez. Casi a lo último ya estaba medio cansado de pedalear y la bajada ya no era tan pronunciada, así que tuve que imponerme un ritmo para poder llegar. Los autos que pasaban estaban "chayados" dado que era carnaval: pasaban enharinados y con serpentinas y globos. La "chaya" es un ritual que se realiza para "purificar" y dar una suerte de "buen comienzo" a aquello que se chaya. Se puede chayar un auto, una casa, el ganado. Es una costumbre típica de la región.

Casi llegando a Humahuaca empecé a parar casi por cualquier cosa, con tal de econtrar una escusa para no seguir pedaleando, ya qu estaba medio cansado:
>paré para agarrar un par de serpentinas y adornar la bici
>paré para sacar fotos
>paré para agarrar un aislante que claramente se cayó de una mochila que iba en el techo de un micro
>paré para agarrar madera de cardón
>paré para traerme un cacto

Finalmente, antes de que anocheciera llegué a Humahuaca y encontré a los chicos con los que había compartido los dias en Humahuaca a la ida en la plaza, ya que viven en aquél pueblo. Me mostraron unos tachos con "saratoga" (bebida alcoholica hecha con vino tinto y limón) y licuado.

Se trataba de una invitación de una comparsa que iba a tener lugar en breve, así que me fui a llevar las cosas a la casa de Damián (un artesano amigo de Humahuaca) y volví adonde iban a tener lugar los festejos. En poco tiempo la escalinata que estaba casi desierta, se llenó de gente. Había bailarines, una banda de música, turistas, gente del lugar. Muchos danzaban y casi todos cantaban, se sentía un aire de carnaval por donde quiera que uno caminara en esa escalinata.
Cuando terminó la invitación, fuimos a visitar un rato a Raúl. Esa noche finalmente llegué a la casa de Damián y armé allí la carpa.

En Humahuaca las comparsas estaban todo el día recorriendo todas las calles invitando a bailar, tomar y comer a todas las personas.
Había una comparsa que se llama "Rosas y claveles", que hacían fiestas en un galpón cerca de Humahuaca. Allí fuimos un par de veces con los chicos a bailar. Si bien era grande, ese lugar se llenaba y había gente de todas las edades.

Lo desilucionante fué que un día fuimos allí a ver a los "Lirios Colombianos". La banda terminaron siendo unos muchachos de Salta que tocaban guaracha entre otras cosas... algo bastante distinto a lo que nosotros esperábamos: cumbia colombiana hecha por colombianos.

Durante los días en Humahuaca disfruté de los atardeceres, las montañas, las calles de tierra, el carnaval, las fiestas, la gente del lugar, los mates, etc.

Luego de intercambiar contactos y de unas buenas milanesas de cena, partí a la mañana siguiente en bici rumbo a San Salvador de Jujuy para tomar un micro directo a Buenos Aires.
El camino seguía siendo grato, dado que seguía siendo en bajada.
El desnivel lo iba comprobando a medida que pasaba por los distintos pueblitos y veía los carteles en los que se mostraba a qué altura se hallaban. Ese día llovió toda la tarde.
Luego de pasar "Volcán" debía estar atento dado que había un atajo que debía tomar y así ahorrarme una buena subida. No agarré el camino correcto y terminé en un arenero o algo así. Miré a la derecha y ví que unos vehículos pasaban por el atajo (la ruta cerrada) por el que debía transitar, así que traté de hallar la forma de llegar hasta allí y seguí camino. Cuando empecé a andar por esa ruta cerrada me dí cuenta porqué me había costado tanto antes pasar por ahí: esa ruta cerrada tenía una pendiente hacia el sur. No pedaleé en todo el camino, un lujo. La lluvia le ponía un ingrediente especial al tránsito por ese suelo de asfalto, tierra, ripio, arena. Disfruté mucho las bajadas que me había costado mucho esfuerzo subir a la ida. La inclinación de la ruta era considerable, lo que hacía interesante también la velocidad que se alcanzaba. Como tenía puestas las cubiertas de asfalto, no me hacía mucho problema por la adherencia de las ruedas. La lluvia a veces me complicaba la visión a pesar de que tenía los anteojos puestos... y con esas condiciones la verdad no había mucho margen para el error. Los frenos pues, estaban a la orden del día. Muy divertido.
Casi en la última bajada antes de San Salvador, me crucé a una pareja de japoneses en bici. Se habían detenido porque se le había salido la cadena a una de las bicis. Me quedé hablando un rato con ellos y les presté un par de herramientas. Me contaban que estaban viajando hacia el norte.
Luego de una parada en el departamento de Yala (un lugar con vegetación subtropical), terminé a la tarde en San Salvador.
Preguntando conseguí un micro que salía esa misma noche, así que no lo dudé y compré el pasaje luego de un regateo (en verdad no tenía más plata que la que le dí para pagar el pasaje).

Estuvo bueno el viaje de vuelta desde San Salvador a Buenos Aires, tardé como 23 hs más o menos. El micro era en servicio ejecutivo, así que iba cómodo, pero igual no pude dormir bien. Estaba bastante cansado, pero no hallaba la forma de acomodarme y descansar tranquilamente. Hicimos varias paradas. A medida que nos íbamos acercando a Bs. As., el calor se hacía notar cada vez más en los distintos pueblos que íbamos deteniéndonos.

Llegué a Bs As el miércoles 24 de febrero a las 23 hs.

sábado, 6 de marzo de 2010

4ta vez en La Paz y el carnaval de Oruro

Llegué de noche a La Paz y me dirigí hacia el hostel donde había estado las veces anteriores: El Carretero. Para mi sorpresa esta vez había lugar. Me acomodé en el cuarto y, como es costumbre, nos pusimos a hablar con los chicos con los cuales compartía la habitación. Como de costumbre, esa noche llovio en la ciudad. Al día siguiente me cambiaron de habitación y conocí a un par de chilenos que estaban por terminar la carrera de Psicología, y estaban viajando hacia el norte, su próxima parada era Sorata, y como no había ido casi me prendo en el viaje. A la tarde, mientras estaba leyendo y tomando mate en el patio, llegaron al hostel unos alemanes que viajaban en bicicleta. Nos pusimos a hablar y a intercambiar información y mientras estábamos platicando me encontré con uno de los chicos del grupo con el que habíamos pasado navidad en ese mismo hostel. Nos saludamos con gran entusiasmo y quedamos en salir esa noche al bolichón al que siempre fuimos en esa ciudad.
De La Paz tomé un bus hasta Oruro. Luego de insistirle un poco al chofer para que suba la bicicleta pude tomar el bus y hacia la tarde-noche estaba llegando a Oruro en plena víspera de carnaval. Por esa noche los precios de los alojamientos todavía se mantenían. A partir de la noche siguiente, y por todo el fin de semana y el comienzo de semana iban a sufrir subas desde un 100 hasta un 1000% y creo que en algunos casos más incluso. Esa tarde fuí a la panadería de María para darle la sorpresa de mi paso por la ciudad. Ella me recibió con alegría y me invitó a quedarme en la casa, como la otra vez cuando nos habíamos quedado con Luis, durante los días de carnaval. El carnaval terminaba un día martes, pero mi pasaje de tren era para el día domingo por la tarde, por lo cual me iba a perder los últimos días del gran evento.
Esa noche recorrimos la avenida por la cual iban a pasar los danzarines al día siguiente. Por esa noche las ubicaciones estaban invertidas: los músicos estaban en las gradas y el público estaba paseando, bailando y tomando en la avenida. Había varias comidas y bebidas que se ofrecían al paso. La gente iba de banda en banda cantando y bailando. A pesar de que no soy blanco ni rubio como muchos europeos que visitan por esos días la ciudad, la gente se daba cuenta que no era del lugar y se paraba a charlar e invitarme con algún trago. Había una atmósfera festiva que envolvía a todas las personas.
Al día siguiente fuimos a ver a los distintos grupos que desfilaban. Visitamos a unos amigos vegetarianos que estaban atendiendo un puesto de venta de choripanes y nos quedamos charlando un poco. Nos contaban que ellos desfilaban aquella noche, así que quedamos en esperarlos en las gradas y en acompañarlos danzando cuando pasen por donde estuviéramos. La gente, la música, los disfraces, el entusiasmo de los bailarines, la cantidad de gente, los niños mojándose con espuma y agua (a pesar del frío) creaban un espectáculo tal en la calle que el carnaval se sentía a cada paso. El grupo de los chicos era una tarqueada. Al canto de "entraremos a la plaza muy contentos, echando mistura" recorrimos varias cuadras viendo la expresión de alegría en orureños que esperan esas festividades con gran entusiasmo y cariño.
Al día siguiente, nuevamente quedamos en encontrarnos en las gradas con los chicos para ir cantando y bailando por todo el recorrido. Esa vez conseguimos unos lugares en la parte central del desfile. Con la noche los fuegos artificiales roban la atención de todos y se hacen sentir. La distancia entre el público y los artificios es muy escasa, y suceden algunos accidentes. Máscaras echando fuego, una cortina de fuegos de artificio por debajo de la cual pasan los bailarines con sus impresionantes disfraces y las eufóricas coreografías de los caporales dejan impresionado a más de uno, incluyéndome a mi. El desfile de bandas está programado para que la noche del sábado termine hacia el alba. Debido a un par de custiones de organización, las últimas bandas llegan al punto final y más alto del desfile, al socavón, bien entrada la mañana. Luego de las bendiciones del papa de la iglesia, los integrantes de los grupos están libres para disfrutar de lo que queda de carnaval. Las señales de cansancio se ven en todas las personas, pero el entusiasmo es el mismo que el del primer día de carnaval.
Luego de desayunar api (bebida caliente hecha con maiz morado, muy nutritiva) nos fuimos a descansar. El grupo para ese momento ya se había dispersado, y nos encontramos de vuelta en la panadería de María.
Al día siguiente, como era domingo, iba poder disfrutar del carnaval sólo la mitad del día, ya que el tren partía en la tarde. Nuevamente danzamos y cantamos con los grupos que iban pasando hasta que llegó el grupo de los chicos, y nos sumamos cantando y bailando. Como en ese horario había mucha gente espectando, los policías no nos dejaron pasar esa vez a la plaza junto con la banda y los bailarines. Gambeteé a un par de policías y pude pasar para saludar a los chicos. Uno de ellos: Pablo, que toca el bombo, me regaló un mazo de bombo para que recuerde aquellos días de carnaval, un maestro.
Con la ayuda de Laura, una argentina que también estaba parando en lo de María, fui a buscar las cosas a la casa. Debido a las calles cerradas por el recorrido del carnaval, tuve que dar la vuelta a todo Oruro para poder llegar a la estación de trenes. Como ya me era costumbre, tuve que ir a convencer a los empleados, en este caso ferroviarios, de que había lugar en el tren para la bicicleta y despaché los bolsos.
El día que fuí a sacar el boleto de tren había sólo pasajes en la clase "popular". "No debe ser tan grave viajar ahí" pensé, y compré el boleto. Aquella noche sufrí por no poder encontrar una posición mínimamente cómoda para descansar aunque sea 10 minutos seguidos sin que un nuevo dolor muscular me despertara. Intenté las 1001 posiciones para dormir en el exiguo lugar que logré obtener luego de sacar de su asiento a un par de pasajeros con la ayuda de un amigo que me encontré en Oruro. Resignado, resté un par de horas de descanso a aquella noche y las sumé a la cuenta de la noche siguiente.
Los paisajes que se sucedían por la ventana del tren eran asombrosos. Por eso mismo muchas veces dejé la lectura de algún libro para más adelante durante el viaje. Este amigo que me encontré en Oruro lo conocí en Humahuaca, cuando yo estaba viajando hacia el norte. Había ido a pasar los carnavales a Oruro, y por un descuido le robaron las mochilas, así que luego de conseguir algo de dinero, estaba viajando de vuelta a Humahuaca a rearmarse para poder seguir viajando. El tren llegaba hasta Villazón, la ciudad boliviana que limita con la ciudad argentina de La Quiaca. Charlamos un rato, comimos algo y quedamos en encontrarnos al día siguiente en Humahuaca para disfrutar del carnaval del norte argentino.